Antonio Banderas nos recibe en su casa de Miami. Está contento.
Acaban de ofrecerle el papel de Sayid, el soldado irakí, en la adaptación teatral de “Lost”.
-Representamos una obra diferente cada semana. Transcribimos cada episodio después de su emisión, hacemos fotocopias y al día siguiente cada uno ya se ha aprendido su papel. Mucha gente prefiere pagar cincuenta dólares por ver la serie en el teatro, aunque no haya efectos especiales y no consigamos memorizar bien los diálogos. Pero la cercanía, la magia… Es un proyecto ganador
.—Pero de momento el volumen de espectadores no es muy elevado…
—Bueno, para combatir eso estamos empleando una estrategia de marketing agresiva: todas las tardes colgamos el cartel de “no hay billetes” aunque sólo se hayan vendido dos entradas. Cuando la gente pasa delante del teatro ve el cartel y piensa: “Hey, se han agotado los billetes, debe tratarse de una obra sensacional, ¡vamos a comprar una entrada!”.Banderas termina de liarse un porro del tamaño de una zanahoria. Me anima a probarlo.
—Es de Marruecos. Suelo viajar allí dos o tres veces al mes para traer polen. Qué pensabas, ¿que este culo sólo servía para menearlo encima de Victoria Abril?Le comento que además de seguir su actividad teatral le hemos visto en los medios promocionando un perfume. Su expresión se tuerce.
—¿Sabes por qué no se vende mi colonia? Porque huele a pis de vieja. ¡Te lo juro!
—Usted dijo que había escogido el perfume personalmente…
—Bueno, sí. Fue un arrebato. Me llevaron un día al laboratorio y se pasaron toda la mañana enseñándome muestras: aromas cítricos, frutales…No sé, estaba ya un poco aburrido de todo aquello. Entonces una señora mayor que había sentada al fondo de la sala pidió permiso para ir a orinar y entonces… ¡bam! Se me encendió la bombilla: por qué aferrarnos a aquellos olores tradicionales, por qué no ser ambiciosos y poner patas arriba el mundo de la perfumería. No funcionó. Supongo que la gente todavía no está preparada.
—Usted ha destacado por su compromiso en muchas ocasiones. ¿Cree que el apoyo de figuras públicas a causas humanitarias es realmente útil?—No sirve para nada. Que vaya un domingo a hacerme fotos con unos mongolitos no les va a hacer más listos. Al día siguiente se les va a caer la baba igual. El mundo es una mierda y no podemos hacer nada para remediarlo. Por eso no tengo hijos.—Pero usted tiene una hija con Melanie Griffith, Estela del Carmen…
—No es mía. ¿Tú la has visto? ¡Pero si es completamente rubia, por el amor de Dios!—¿Cómo le gustaría retirarse?—No me retiraré mientras la gente quiera seguir viendo mi culo en una pantalla. Y tengo la esperanza de que eso no suceda nunca.
—¿Le gustaría morir encima del escenario?
—Te voy a contar un secreto: hace unos meses sufrí un ataque de apendicitis y mi mujer se empeñó en llevarme al hospital, pero yo insistí en que me llevara al teatro. Me arrastré hasta el patio de butacas y me pasé varias horas allí tirado con unos dolores horribles, aunque debo reconocer que a ratos me reía porque estaban representando una obra de Tricicle. Menos mal que al final sólo eran gases. Claro que quiero morir encima del escenario. Y si es mañana, mejor